"La percepción que tenemos es que el euskera es un idioma que bajó de los Pirineos para conquistar el llano, la Ribera, y es todo lo contrario".
En
el 2013 el genetista Lazaridis y su equipo son los primeros científicos en diferenciar los
tres grandes grupos de genomas ancestrales que contribuyen a la composición del
ADN de los actuales europeos: el cazador/ recolector (en gris) es el heredero de los pueblos que
vivieron en Europa después de la glaciación y que pintaron las cuevas de
Altamira, Ekain y Lacaux; el agricultor (en blanco) llegó al occidente de
Europa por el Mediterráneo desde la península balcánica hacia el 5500 a.C.; el
caucásico (en negro), también llamado indoeuropeo, entró por el este de Europa
hacia el 2500 a.C.
En el 2014 el genetista catalán Lalueza-Fox extrajo por
primera vez el genoma humano de un par de individuos de principios del Neolítico,
hacia el 5000 a.C. La diferencia entre ambos seres humanos era manifiesta. El
hombre de La Braña es 100% gris cazador. La mujer de Cova Bonica es, por el
contrario, 100% agricultora (el 25% de sangre cazadora gris que lleva fue
adquirido en los Balcanes en su cruce con los cazadores de allí durante dos mil
años). Los genetistas constatan lo que 40 años antes ya habían asegurado los
arqueólogos: que los cazadores paleolíticos eran clara minoría cuando llegaron
los agricultores neolíticos. El cambio genético estimado aportado por los
agricultores en ese primer momento fue del 90%. Algunos aseguran que, por cada
cazador que había, llegaron entre 20 o 30 agricultores.
Pero la fusión entre ambos grupos genéticos tardó en consumarse
y duró unos tres mil años. Para entonces, la masa de cazadores que aún
continuaban recluidos en los valles más recónditos y en las cimas más
inaccesibles se fue adaptando a la ganadería y agricultura, creció en volumen y
fue aportando más y más sangre cazadora al agricultor: en el 4000 a.C. Ötzi (el
hombre de las nieves) tiene ya un 30% de sangre cazadora; el individuo de
Atapuerca del 3000 a.C., un 50%.
Como se puede comprobar en el mapa los vascos actuales tienen
un 60% de cazadores. La partición habría que hacerla, sin embargo, de la
siguiente manera: fisiológicamente son, es verdad, un 60% cazadores, como se
aprecia en el mapa, pero culturalmente ‘solo’ un 35% cazador autóctono (la
diferencia entre el 25% con el que llegaron los agricultores y el 60% que
tenemos). Un 65% de nuestros genes se corresponden, pues, con los agricultores
venidos de los Balcanes.
Los genetistas confirman también un hecho sorprendente: los
dos pueblos europeos que mejor conservan ese genoma neolítico original son los
sardos y los vascos. Los sardos actuales son, prácticamente, agricultores
puros. Apenas encontraron cazadores en la isla y, una vez establecidos en ella,
quedaron aislados de posteriores influjos hasta el mismo día de hoy. Los vascos,
en principio, no divergen en sus componentes genéticos de mezcla cazador/
agricultor del resto de los habitantes de la península (véase como ejemplo los
manchegos) y los del sur de Francia (no los del norte que muestra el mapa). En
aquel momento la mezcla neolítica estaba distribuida de manera homogénea por
todo el espacio occidental de Europa. Todos eran lo mismo. La única diferencia
es que los vascos, a día de hoy, apenas tienen componente caucásico (negro). Ellos
quedaron también aislados hacia la Edad de Hierro y no solo han conservado esta
singularidad, sino también su lengua. Y esto es algo en lo que, por cierto,
también coinciden con los sardos, que conservaron la suya (paleosardo, lengua
no indoeuropea) hasta bien entrada la Edad Media.
La pregunta que nos tendríamos que plantear en este punto es
la siguiente: ¿Es el euskera el idioma de los cazadores paleolíticos o el del
los agricultores neolíticos? En mi opinión es la lengua de los agricultores que
llegaron de los Balcanes por dos motivos fundamentales: desde un punto de vista
meramente estadístico es muy difícil que el idioma del cazador se hubiera
impuesto al del agricultor recién llegado, conociendo la enorme diferencia
demográfica que hubo al principio (90% para los agricultores) y que,
normalmente, basta con un 5% de migración para imponer una lengua culta. Por
otro lado, el euskera ha dejado un rastro que, como vamos a ver en los próximos
capítulos, se percibe por todo el
Mediterráneo.
(Libro Historia del
euskera en Valdizarbe y Valdemañeru, 2019. Fernando Pérez de Laborda)
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