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Capítulo 2. ARQUEOLOGÍA

“Los vascos, encaramados en su reducto del Pirineo, fueron los últimos que adquirieron la lengua paleovasca y son los últimos que la hablan”.



En el 4500 a.C. llegaron desde los Balcanes los primeros agricultores, un conjunto de individuos que extendieron la cerámica cardial como seña de identidad cultural propia. En su cruce con los cazadores autóctonos, que duró tres mil años, nos legaron una secuencia de grupos sanguíneos que todavía conservamos, como es el caso del haplogrupo K de mezcla mediterránea que conserva sus mayores valores en Cerdeña y la Cordillera Pirenaica. Con ellos vino una lengua de la que desciende el euskera actual.


Los agricultores neolíticos expandieron su cultura desde los Balcanes a partir del 5500 a.C. en dos direcciones: la cerámica de bandas por el Danubio y la cerámica cardial por el Mediterráneo. Estos últimos, una vez que arribaron a la costa del Levante peninsular, fueron penetrando hacia el interior por el valle del Ebro, a un ritmo de colonización que dependía de sus propias necesidades basadas en su modo de subsistencia. El incremento demográfico les llevaba en una dirección aleatoria buscando siempre las mejores tierras (Renfrew 1987).

Sabemos, gracias a los yacimientos arqueológicos, que la cerámica cardial tuvo su periodo de difusión hasta el 4500 a.C. Durante ese tiempo los agricultores se expandieron por las cuencas de los grandes ríos (Ebro, Garona, Ródano) y tuvieron tiempo de llegar justo hasta las Bardenas y la Rioja alavesa. A partir de ese momento se pierde el rastro arqueológico de esta cerámica.

Sin embargo, los agricultores dejan otros rastros que demuestran la continuidad de su expansión. Se van encontrando por todo el entorno yacimientos de “campos de hoyos” típicos del Neolítico, o sea, silos horadados bajo el terreno para preservar el grano de la humedad. Buena muestra de ello son los poblados de El Mandalor (Legarda), Larrumberri (Muruzabal-Obanos), Saratsua (Muruzabal) e Inurrieta y Elerdia (Puente la Reina/ Gares).

Otro testimonio de esta dispersión es el haplogrupo K (linaje materno) que muestra el porcentaje de ADN que de aquellas migraciones todavía se conserva en Europa. Las regiones con el porcentaje más alto de este haplogrupo se encuentran entre los sardos y los catalanes. El ADN de los individuos del 4000 a.C. analizados en el yacimiento de Paternabidea en Paternain (Hervella 2010) contiene ya un razonable porcentaje de estos haplogrupos. Los agricultores, para esa época, ya habían entrado en contacto con los cazadores de la Cuenca de Pamplona.

A partir del 4800 a.C. se genera, de manera paralela, el Neolítico atlántico, una cultura de características propias que es la responsable del movimiento megalítico que vivió su apogeo durante los siguientes tres mil años (dólmenes de Zirauki, Mañeru, Artajona…). Es una cultura de origen cazador cuya fusión con los agricultores se consumaría tras 3000 años de contactos. En Euskal Herria ambos grupos, cazadores/ recolectores y agricultores, subsistieron con su cultura y su idioma propio en los dos biotopos que aparecen en nuestro territorio: el atlántico de la montaña y el mediterráneo de la llanura. Un análisis realizado sobre los dientes (percibidos como “discos duros biológicos”) de individuos que habitaron la Rioja alavesa en el Neolítico tardío demuestra que las comunidades que coexistieron tenían diferencias notables (Fernández-Crespo 2017).

Pero para el 2500 a.C. todos los cazadores estarían ya culturalmente asimilados, aunque conservarían algunos elementos propios de su cultura, como la construcción de dólmenes y cromlechs, que en Euskal Herria, como caso excepcional, continuó hasta el 500 a.C., justo antes de la llegada de los romanos. Habría que contemplar la posibilidad, por qué no, de que la relación tan estrecha que el pueblo vasco aún conserva con la piedra sea el fruto de una tradición que se remonta a aquellas comunidades.

Si el euskera es neolítico, solo cabe una posibilidad: que llegara con la cerámica cardial a Euskal Herria desde la costa de Croacia en el 4500 a.C. Pero ¿qué tipo de idioma pudo ser aquel?

De un lugar tan diminuto como la costa balcánica no pudo haber llegado más que un idioma o quizá dos dialectos hermanos. A este idioma se le ha empezado a denominar ‘paleoeuskera’ (otros le dicen vascónico, arqueoindoeuropeo, indomediterráneo…) y habría sido una lengua sencilla, como sencilla era su cultura de piedra, la neolítica. Todos los cazadores del occidente de Europa (desde Gibraltar hasta Escocia) habrían ido adquiriendo esa lengua durante los 3000 años que duró el Neolítico. El proceso habría sido lento, pero imparable. Sin influencia externa, la lengua habría evolucionado de manera pausada, al ritmo moderado de la sociedad agrícola neolítica. Con la Edad de los Metales y la llegada de los indoeuropeos desde la estepa rusa en el 2500 a.C., la sociedad se fue especializando y haciéndose cada vez más compleja, lo que influyó sobre la estructura de la lengua. A partir del Bronce, de aquella abuela originaria (‘paleoeuskera’) habrían evolucionado lenguas que consiguieron sobrevivir a la supremacía del latín: el paleosardo, que llegó vivo hasta la Edad Media, y el protoeuskera, la madre del euskera que hoy todos conocemos. El ámbito de extensión de esta nueva lengua abarcaría, como veremos, todo el valle del Ebro, el Garona y el Ródano hasta la frontera con Suiza.

En Euskal Herria el euskera necesitó dos mil años para recorrer el camino de la llanada a la montaña, tal y como sucedió después con los romances. Los vascos, en su reducto del Pirineo, fueron los últimos que adquirieron la lengua paleovasca y son los últimos que la hablan.

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